París sin prisas

Por fin, los alumnos de 2.º de Bachillerato han podido disfrutar de su viaje de estudios en la Ciudad de la Luz después del parón covid

Sin duda, la palabra que ha regido nuestra vida durante los dos últimos años ha sido “atípico”. Sin embargo, durante nuestro viaje a París que hicimos hace unos días, nos hemos permitido meternos en una burbuja y respirar un poquito el aire de normalidad que tanto tiempo llevábamos esperando.

Al igual que los huéspedes del hotel donde nos alojamos cuando fuimos a Disneyland, nos hemos convertido en piratas para tratar de robar el tiempo, y que la experiencia que estábamos viviendo no se acabase nunca. 

Zarpamos rumbo a la ciudad de la luz el 15 de marzo, con la esperanza de enamorarnos de ella como tanta gente ya había hecho. Y como no podía ser de otra manera, no pudimos escaparnos de los encantos de París, cayendo rendidos a sus pies. 

Comenzamos nuestra aventura visitando Montmartre y su famosísima basílica: el Sagrado Corazón, de belleza incalculable y escalones interminables. Desde ella pudimos disfrutar de unas vistas maravillosas no solo de la capital francesa, sino también de su espectacular fachada. Continuamos nuestro rumbo por las pintorescas calles del barrio, repletas de obras de arte a cada esquina y numerosas galerías que le daban un toque mágico al lugar. Paseando por sus calles no pudimos evitar pensar en series tan famosas como Ladybug, especialmente cuando visitamos su cafetería. Todos en ese momento queríamos quedarnos atrapados en ese pequeño rincón esperando que la fantasía se hiciera realidad. 

16 de marzo: Louvre como próximo objetivo en nuestra búsqueda del tesoro. Entre obras, esculturas, salas y exposiciones nos perdimos como si de un laberinto se tratase. La joya de la corona, ese pequeño cuadro que te escudriña allá donde vayas, se encontraba rodeado de numerosos peces hambrientos, deseosos de llevarse el bocado fresco a la boca. Nos referimos, como no podía ser de otra manera, a la Mona Lisa.

Salimos con parte del botín entre nuestras manos, dispuestos a que la recompensa fuese aún mayor. Y sin duda, lo fue. Comenzamos una tediosa batalla en la cola de la famosa dama de hierro, para poder disfrutar de su encanto en todo su esplendor. No solo nos asombramos de su imponente figura, sino que además, sus vistas hicieron que nuestra respiración se cortase por segundos (para algunos literalmente). Y cuando pensamos que la aventura había llegado a su fin, nuestra dama misteriosa nos tenía guardado un último truco: vistiéndose de luces, nos alumbró el camino a orillas de su majestuoso río, siempre guardián a su lado. Por él izamos las velas de nuestro barco y navegamos observando destinos tan únicos como Notre Dame, el puente de Alejandro III o el museo de Orsay. Pero la magia no había hecho más que empezar.

El 17 y 18 de marzo volvimos a nuestra niñez. Con ojos golosos, como si de un dulce se tratase, nos sumergimos en el hechizante mundo de Disney. Por primera vez pudimos sentir de cerca a esos personajes que marcaron nuestra vida y abrazarlos para tratar de llevarnos un pedacito de ese momento con nosotros. Navegamos por las calles de películas como Alicia en el París de las maravillas, Cars, Toy Story o Nemo. Pero sin duda, el verdadero tesoro eran los espectáculos. Las carrozas inundaron el parque cargadas de sueños: desde las princesas, pasando por Peter Pan y terminando con nuestros famosos y amados ratones, vimos pasar con ellos una infancia que queríamos a toda costa que regresase. Tuvimos la suerte de disfrutar de un evento único: el especial 30 aniversario del parque, donde los bailarines y los protagonistas de nuestra obra llenaron las calles de baile, alegría e ilusión (tanta que algunos hasta se quedaron sin voz).

Aunque no lo hemos nombrado hasta el momento, es imposible obviar la majestuosidad del Castillo de la Bella Durmiente, que no solo te invitaba a querer vivir en él, sino que se vistió de gala y nos maravilló a todos con su espectáculo de luces nocturno. Lloramos y cantamos a toda voz mientras imágenes de algunas películas como el Rey León y Frozen iban sucediéndose en su fachada, unidos a los fuegos artificiales y sus bandas sonoras. La emoción nos desbordó a cada uno y no pudimos evitar terminar en un mar de lágrimas.

Y, como si de un mal sueño se tratase, nuestra aventura repleta de instantes tan variopintos como acelerados, llegó a su fin. Nuestro barco fue atracado por unos piratas aún mayores que nosotros, y, sin quererlo, naufragamos a tierra de vuelta a nuestro hogar. Pero nos fuimos con el tesoro más preciado: un viaje peligrosamente inolvidable. Hasta siempre París. #Paríssinprisas

Texto de Elena Mezred y Miriam Moreno, alumnas de 2.º de Bachillerato.